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Andrea Tuana: Este gobierno plantea un “escenario de amenaza” para la agenda de derechos

  • Foto del escritor: Bernardo Lapasta
    Bernardo Lapasta
  • 14 oct 2020
  • 6 Min. de lectura

La trabajadora social se desempeña como directora de El Paso, una ONG que brinda apoyo psicológico y social a niños, niñas y adolescentes que sufren violencia en el ámbito familiar. La organización también trabaja con mujeres adultas que viven situaciones de violencia en su pareja o de trata con fines de explotación sexual


¿Cómo definís el feminismo y por qué te declarás feminista?

El feminismo es muchas cosas. Básicamente, es un movimiento con muchos años de historia que se inicia por la pelea por la igualdad de derechos entre varones y mujeres. Es un movimiento que reconoce que existe una situación de desigualdad e injusticia, que produce discriminación. Esa desigualdad viene dada por un orden político patriarcal, donde el ordenamiento social está estructurado en relaciones de poder y las mujeres ocupamos un lugar de subordinación y sometimiento. El feminismo denuncia ese orden y también busca su transformación. A su vez, es un movimiento dinámico que ha ido ampliando su mirada, donde además de luchar por la igualdad de derechos entre varones y mujeres, también hace visible otras discriminaciones que tiene la misma raíz: el patriarcado. Este movimiento se articula con otras luchas por la desigualdad.


¿Cómo es ser feminista en Uruguay?

Ser feminista hoy no es lo mismo que haber sido feminista hace 30 años atrás. Yo hago un reconocimiento muy importante hacia aquellas mujeres que hace 30 años atrás llevaban esta lucha y fueron fuertemente estigmatizadas. Hoy hay una generación de chicas jóvenes con una fuerza enorme que empuja el movimiento y amplifica las transformaciones.


¿Cómo es la realidad sobre la violencia de género en Uruguay?

Ha habido un avance muy significativo en visibilizarla. La violencia de género no es un hecho natural. No es parte de los vínculos, ni de un orden social y tampoco es un problema particular de una pareja. Hemos comprendido que la violencia es un problema de derechos humanos, que ninguna persona tiene por qué soportar esas situaciones de violencia y que puede pedir ayuda. Eso ha sido un enorme avance y se ve reflejado en la cantidad de denuncias. Allá en el año 2004, cuando recién se implementó la primera ley de violencia doméstica (17.514), teníamos alrededor de mil denuncias, hoy tenemos 40 mil por año y ha ido creciendo el número de servicios de atención y de personas que demandan esos servicios. Eso es un cambio radical.


Por otra parte, nos cuesta ver como sociedad que, para lograr transformar esa situación grave que vulnera los derechos humanos, tenemos que transformar la vida tal como la conocemos. Hay que transformar los modelos de relacionamiento, nuestras miradas respecto de lo que es ser varón, ser mujer, más allá del binarismo. Creo que todavía hay núcleos duros donde eso no se logra identificar.


¿Dónde están esos núcleos duros?

Está muy transversalizado, pero, por ejemplo, el sistema político es un espacio con predominancia de varones. No digo que si hay más mujeres, de por sí habrá una conciencia feminista, no necesariamente. Pero en la medida en que más mujeres feministas acceden a la política, llevarán consigo la bandera de este tema. El sistema político es el que tiene los recursos económicos y las posibilidades de desarrollar políticas, por ejemplo, a nivel educativo, ahí esta visión no está presente. No lo está en el gobierno de hoy, no lo estuvo en los gobiernos de izquierda.


¿Cómo fue su relación con el gobierno anterior y con el actual?

En el gobierno pasado nosotros teníamos mucha interlocución, sobre todo con mandos medios ocupados por mujeres feministas. De alguna manera se potenciaba el trabajo que veníamos haciendo desde la sociedad civil. Obviamente este vínculo no estuvo exento de tensiones y de problemas porque el estado va a un ritmo que no era el adecuado. Había un canal de diálogo, sobre todo de entendimiento, compartimos el mismo objetivo. Con este gobierno hay que construir esos canales, miradas y diálogos porque es nuevo. Vemos menos aliadas desde el punto de vista del pensamiento, pero nuestro trabajo siempre es construir esos puentes de diálogo y poder trabajar articuladamente. En ese proceso estamos con la vicepresidenta (Beatriz Argimón), que se declara abiertamente feminista y ha estado siempre apoyando la agenda de los derechos de las mujeres y de las infancias; y con Mónica Bottero, la directora de Inmujeres, que también muestra una mirada coincidente con la nuestra sobre cómo trabajar los temas de violencia. Hemos tenido buena predisposición de estas dos actoras, pero hasta ahí. No es un gobierno que, en principio, facilite este canal.


En diciembre de 2019, el entonces presidente Tabaré Vázquez decretó emergencia nacional en materia de violencia de género, ¿cómo ha sido la realidad desde entonces?

Fue tarde. Al fin de un período de gobierno, declarar una emergencia nacional no fue una buena señal. Hace muchos años que veníamos pidiendo esa declaratoria. Además, no es solo declarar, sino que es generar un plan de acción para enfrentar esta contingencia y desplegar recursos.


¿Qué se espera del gobierno en los próximos años?

Vemos que hay una línea muy conservadora dentro de la coalición, que de alguna forma presiona hacia el retroceso y volver a ideas antiguas, como que estas situaciones de violencia o de abuso sexual son puntuales, de personas con problemas psiquiátricos o psicopatológicos, y volver a dejarlos estos en el mundo privado. Entonces cuestionan las leyes, como la de violencia basada en género, entendiendo que es un exceso de derechos hacia las mujeres; vuelven a la idea de los hijos como propiedad de los padres, por lo que cada padre puede decidir la educación sexual que le da a sus hijos. Nosotros hablamos de que los hijos no son propiedad de sus padres y que toda la comunidad y el Estado, en particular, tiene que garantizar sus derechos y, dentro de ellos, los sexuales y reproductivos. El Estado debe brindar las herramientas a los hijos que no son aceptados por sus padres, para que puedan vivir de acuerdo a su deseo, su orientación, su identidad. Y así en un sinnúmero de temas. Hay una vuelta a ideas conservadoras, que regresan a ese orden antiguo del pater familia con el rol de proveedor, la mujer sí con libertades y derechos, pero dentro una lógica de familia en que cumple un rol determinado: mantener su hogar y los afectos. A su vez, en este orden, la agenda de derechos se ve como algo excéntrico que raya lo degenerado.


Es por eso que estamos expectantes y nos manifestamos cuando vemos retroceso o cuando se quieren coartar derechos adquiridos. Estamos atentas. No es un gobierno en donde haya un escenario a favor de seguir profundizando en esta agenda de derechos, sino por el contrario. Es decir, el escenario planteado es de cierto riesgo, de cierta amenaza.


En los últimos tiempos se han dado denuncias masivas a abusadores en el ámbito de la educación, de la cultura, ¿cómo observás este fenómeno?

Esto no tiene vuelta atrás. Se encontró un canal para expresar todos esos años de miedo, sometimiento, acoso, soledad. Porque lo que pasa muchas veces con las situaciones de violencia es que la persona denunciante queda en soledad, teniendo que resolver la situación ella misma y ver qué hace: si se retira, si huye, si resiste, si la juzgan. Este acumulado de tantos años encuentra un contexto para poder expresarse. Lo que estamos viendo es una forma colectiva de expresarse, ese "no estás sola" es una de las cosas más potentes. Las denuncias públicas movió la estantería, porque, de alguna manera, la sensación es que ya no está todo tapado, sino que tenés que cuidarte de lo que hagas porque ahora las mujeres ya no se callan. Esto tiene un poder brutal y no tiene vuelta atrás.


¿Creés que esta herramienta puede ser peligrosa en algunos casos por esconderse en el anonimato?

La denuncia pública no es lo mismo que un escrache con nombre, apellido y foto. La denuncia pública tiene mucha potencia cuando hay muchas denuncias en determinado ámbito, como sucedió en la facultad. Por otro lado, cuando hay una situación que genera mucha impunidad y se genera un enorme descrédito de las personas que denuncian, piden ayuda y siempre hay un mismo nombre que resuena, yo quizá pueda acordar que se haga un escrache, más allá de no estar de acuerdo con esa metodología indiscriminadamente. Pero en estos casos hay que actuar con una metodología, como sucedió con el #MeToo con (el productor estadounidense) Harvey Weinstein, donde había muchas denuncias que respaldan y en algún caso se llega a la justicia. Esto es importante porque si se denuncia sin tener elementos contundentes, nos convertimos en una especie de justicia paralela, que ya sabemos que no funciona.


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